La columna de Alfredo Naime
Me aparecí sin muchas ganas por Inferno, de Ron Howard, tercera entrega en torno al criptólogo Robert Langdon (Tom Hanks), envuelto siempre en intrigas internacionales extremas, más allá de ser un académico y no un aventurero. Esta vez –adaptación de otra novela de Dan Brown– debe enfrentar el desorbitado plan de un tal Bertrand Zobrist (Ben Foster): salvar a la humanidad de su “extinción”…matando a la mitad de ella. Todo ello, después de la enorme “cancha” adquirida por Langdon como “investigador” prófugo (porque le persiguen todos) en El código Da Vinci y en Ángeles y demonios. La película es cansina por reiterativa, y tiene dificultades para hacer operativo en pantalla lo que en la página escrita sí funciona relativamente bien. En Inferno, la acompañante femenina de Hanks es Felicity Jones –en las cintas previas lo fueron Audrey Tatou y Ayelet Zurer– cuyo personaje, Sienna Brooks, en cierto momento de la trama se distorsiona y casi se torna irreconocible, lo cual apenas es uno de los factores que conducen al film al extravío. En fin, que Inferno está lejos de valer la pena, lo que medio confirma que a su director Ron Howard (El luchador, Apolo 13, Una mente brillante) ahora sí ya lo perdimos.
Ahora, permítanme aprovechar como pretexto la palabra “inferno”. Netflix está anunciando, para el viernes 28 de octubre, el estreno en exclusiva del documental Into the inferno, “una exploración de volcanes activos alrededor del mundo”, producido justo por Netflix bajo la dirección del reconocido (y muy prolífico) Werner Herzog, acompañado toda la ruta por el vulcanólogo, Doctor en Ciencias, Clive Oppenheimer, de la Universidad de Cambridge. Según lo que su trailer deja ver, promete ser toda una experiencia; además, conociendo cuán cercanos y arriesgados son los approachs de Herzog cuando hace documental (v.g. Fata Morgana, Grizzly man, La cueva de los sueños olvidados), no tengo duda de que este es el verdadero Inferno a ver. Ojalá que Into the inferno no sólo pase por Netflix, sino que en algún momento –pronto– llegue a las salas de exhibición, a fin de ampliar su público. Ya veremos.
Y hablando de documentales, sigue sin estrenar en México (en corrida comercial al menos) ¿Qué invadimos ahora?, del tan inefable como brillante Michael Moore, autor entre otros docus de Masacre en Columbine, Fahrenheit 9/11 y Sicko. En ¿Qué invadimos ahora?, Moore “invade” juguetonamente –él solo– Francia, Alemania, Finlandia, Islandia, Portugal, Noruega, Italia, Eslovenia y Túnez, en plan de descubrir qué de bueno tienen esos países para que lo “aproveche” EEUU. Suena gracioso, claro, pero de fondo está su crítica al eterno sentimiento gringo (atemorizante cada que el país se lo toma en serio) de ser los dueños del planeta. Se trata de su 8º documental para cine, tras de Capitalismo: una historia de amor, que básicamente explora la pregunta “¿cuál es el precio que EEUU paga por su amor al capitalismo?” (según Moore, un precio muy alto, a costillas –claro– del bien público). ¿Estrenará ¿Qué invadimos ahora? entre nosotros? Porque en los exhibidores sigue prevaleciendo la triste idea de que en México la gente no paga por ver documentales. “Aquí nos tocó vivir”, diría (y dice) Cristina Pacheco.
Por último, ¿que se aproxima a la cartelera que tenga buena expectativa? Especialmente El contador, de Gavin O’Connor, y La chica del tren, de Tate Taylor. La primera, actuada por Ben Affleck y Anna Kendrick, es un drama criminal que involucra a un sabio matemático vigilado por el Departamento del Tesoro de EEUU. La segunda, estelarizada por Emily Blunt, procede de la novela de Paula Hawkins (legendaria por sus records de ventas) y tiene que ver con una divorciada que –amnésica en un momento nuclear de la trama– se convierte en sospechosa de la desaparición de una mujer. Dos cintas que prometen, en un mundo canijo en el.
