Por: Jessica González
Con 92 años, don Leonel Ramírez continúa elaborando ates, pero la falta de fruta y su salud deteriorada amenazan con apagar una tradición centenaria.
En el corazón de Morelia, entre los pasillos de una antigua casa sobre la calle García Obeso a espaldas de catedral, aún se respira el aroma a dulce cocido. Ahí vive Leonel Ramírez Calderón, un artesano que ha dedicado más de 45 años de su vida a la elaboración de ate, una tradición que heredó de su esposa y sus cuñadas, quienes comenzaron con este oficio hace más de un siglo. Hoy, sin embargo, la falta de fruta y una batalla contra el cáncer de piel lo han obligado a detener su labor.
“Yo necesito una guayaba que esté de buen tamaño y a precio accesible. Ahorita está a 30 pesos el kilo, es demasiado caro… y ni siquiera hay perón, que es indispensable para que el ate amarre”, lamenta. Don Leonel explica que antes podía llenar todo su patio de tablas con piezas de ate, pero ahora apenas logra hacer unas cuantas, cuando puede encontrar algo de fruta. En el mercado, los precios se han disparado, y la sequía prolongada ha hecho que por segundo año consecutivo no haya producción suficiente de perón que es indispensable para trabajar el ate.
Con más de 92 años, don Leonel también enfrenta una grave situación de salud. Recientemente fue operado de múltiples lesiones causadas por cáncer de piel, lo que le impide estar cerca del calor o del sol. “Me dijeron que ya no puedo estar en la lumbre, y sin eso, no puedo hacer mis dulces. Pero tampoco puedo quedarme sin hacer nada, porque necesito sacar para mi comida”, relata con voz serena, pero llena de dignidad.
Sus ates, elaborados con métodos tradicionales, aún se venden: desde 25 pesos la pieza, 100 el medio kilo, 200 el kilo y 280 el kilo y medio. Los sabores que ofrece –cuando hay insumos– son de guayaba, membrillo, mango y piña. Aunque reconoce que su vista y oído ya no le responden como antes, su deseo de trabajar no se apaga: “mi salud ya no es buena. Voy a tratar de vender aquí mientras Dios me llama porque ya soy muy anciano.”, dice.
Don Leonel no recibe apoyo oficial ni familiar constante. Su único hijo, ya abuelo, está lleno de responsabilidades. Aun así, el artesano resiste, aferrado a la esperanza de que algún día pueda volver a hacer ate como antes. “Esto no es solo un negocio, es mi forma de sobrevivir haciendo arte”, concluye con humildad.