#OpiniónYAnálisis por #ArturoHuicochea
Arturo Huicochea
En el continente americano, las democracias no mueren con golpes de Estado, sino lentamente, bajo el peso de su propia resignación. Hoy presenciamos un fenómeno inquietante: la instalación de dictaduras de minoría que, bajo el disfraz de la legitimidad electoral, capturan instituciones, manipulan el discurso y neutralizan los contrapesos. No son regímenes de bayoneta, sino de cálculo y propaganda.
Como advierten Levitsky y Ziblatt, los nuevos autoritarismos no necesitan cerrar congresos ni cancelar elecciones: les basta vaciarlas de sentido. En México, desde 2018, se ha normalizado la subordinación del Legislativo, la erosión de los órganos autónomos y la militarización de tareas civiles. En 2024, con reformas aprobadas en fast-track y una sobrerrepresentación parlamentaria artificial, se reconcentraron funciones regulatorias, presupuestales y judiciales en el Ejecutivo. La democracia sigue en pie, pero desangrada.
A ello se suma lo que Fernando Nieto Morales denomina el malestar en la democracia: la pérdida de su capacidad de inspirar. Cuando el ciudadano deja de creer en el valor de su voto o en la imparcialidad de las instituciones, la democracia se vacía de emoción. Deja de ser un ideal compartido y se convierte en un trámite. Ese desencanto es el terreno más fértil para los liderazgos autoritarios que prometen eficacia a cambio de obediencia.
Revivir la democracia exige mucho más que restaurar procedimientos: implica reconstruir su sentido ético y emocional. Las experiencias de Chile, España, Polonia o Sudáfrica lo prueban: las democracias renacen cuando se articulan en torno a tres elementos esenciales —un relato, un frente amplio y unas instituciones creíbles—.
Un relato democrático es el que logra despertar esperanza sin negar la realidad. La transición chilena, con el lema “La alegría ya viene”, demostró que la alegría puede ser un acto político. En México necesitamos un relato que convoque desde la dignidad, no desde el miedo; que proponga convivencia y no venganza; que entusiasme a los jóvenes con la promesa de libertad y justicia.
Un frente amplio y plural no es una coalición electoral improvisada, sino una comunidad de propósito. Las transiciones democráticas exitosas nacen de acuerdos entre diferentes: obreros y empresarios, creyentes y laicos, derechas e izquierdas. En Polonia, Solidaridad unió a toda una sociedad en torno a un solo principio: la libertad. México necesita una nueva alianza cívica, capaz de sostener la pluralidad sin que ésta se convierta en fragmentación.
Y sin instituciones creíbles, no hay democracia que perdure. Tribunales independientes, prensa libre, contrapesos reales: eso fue lo que permitió consolidar las nuevas democracias en Europa y América del Sur. En México urge rescatar la autonomía de los órganos reguladores, restaurar la transparencia y frenar el uso clientelar del gasto público.
A estas tres condiciones debe sumarse una agenda de renacimiento democrático:
- Educación cívica masiva, que forme ciudadanos críticos, no consumidores de propaganda.
- Autonomía sindical, para que los trabajadores aprendan y practiquen la democracia en su vida laboral.
- Responsabilidad empresarial, que defienda el Estado de derecho como condición para la prosperidad.
- Prensa libre, que incomode al poder sin miedo ni subordinación.
- Ciudadanía activa, capaz de convertir el hartazgo en organización y la indignación en acción.
Revivir la democracia no es nostalgia: es coraje cívico. No se trata de restaurar el pasado, sino de construir un futuro donde el pluralismo vuelva a ser fuente de orgullo y no de sospecha. La catástrofe no es inevitable, pero evitarla exige algo más que discursos. La democracia mexicana aún puede salvarse. Tiene historia, tiene ciudadanía, tiene memoria. Solo falta decidir si queremos seguir siendo espectadores de su deterioro o protagonistas de su renacimiento.