Tulancingo de Bravo, Hidalgo.- La parte baja de la central de autobuses de Tulancingo luce completamente desolada.
Aún existen los carteles y anuncios de empresas transportistas que en algún momento prestaron servicio.
Paradójicamente, a las afueras de la terminal formal de camiones de pasajeros, el transporte foráneo usa terrenos con servicios básicos, como sanitarios y sala de espera, instalados precariamente en el mejor de los casos.
Pues hay otras líneas, incluso un autobús sin razón social alguna, que ofrecen sus servicios a diversos puntos de los estados de Puebla, México, Veracruz y la Ciudad de México, apenas a la orilla de la carretera.
Se suma al caos, a la falta de orden urbano, ambulantes, así como transporte de pasajeros urbano, suburbano y regional, que ocupa buena parte de la vía pública con bases y paraderos, sin control alguno.
Al ser cuestionados los responsables del transporte foráneo sobre la razón para no usar las instalaciones desocupadas de la central de autobuses, señalan que los espacios son muy caros.
“No alcanza para poder pagar esos espacios, tendríamos que subir el costo del pasaje de manera muy importante, y eso sería muy complicado para nuestros pasajeros”, justifica uno de los consultados, cortando muy rápido el diálogo.
Ni hablar del transporte público urbano, suburbano y regional, pues al hacer la observación de la posibilidad en el uso de las 17 bahías desocupadas en la central de autobuses.
“La gente está acostumbrada a tomar el servicio en la calle, donde estamos ubicados desde hace varios años, además, creemos que a la gente incluso le podría dar flojera meterse hasta la central de autobuses. Creo que estamos mejor así”, señaló uno de los conductores del transporte.
Mientras más de la mitad de la extensión de la Central de Autobuses, inaugurada en los años ochenta, y que comenzó a ser abandonada paulatinamente a mediados de los noventa, presenta un panorama desolador, con espacios comerciales abandonados, incluso en ruinas, el caos es vigente, de forma cotidiana, en las calles vecinas.
Por Daniel Martínez Martínez
