Omar Carreón Abud
Por honradez elemental debo advertir al posible lector que la afirmación que está a la cabeza de este escrito, no es descubrimiento mío ni es tampoco ninguna novedad, se ha sostenido y demostrado en múltiples ocasiones de manera muy seria y documentada y, si ahora me permito dedicar mis modestos esfuerzos a difundirla hasta donde se pueda entre las personas que viven de su trabajo en nuestro país, es porque vuelve a cobrar gran actualidad e importancia para entender la lucha de clases que se desarrolla ante nuestros ojos, la agresión feroz de las clases dominantes que amenaza con hundirnos en el oscurantismo y la miseria terribles por muchos siglos o, incluso, con exterminar a la humanidad.
No estoy exagerando. El imperialismo, como la fase superior y última del capitalismo, descubierta y explicada genialmente por Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, desde hace poco más de cien años, en 1916, ha entrado en una fase en la que, como a todos los fenómenos de la realidad, sus contradicciones internas lo han sumido en una aguda crisis que hace peligrar seriamente su existencia. Sus características fundamentales, que halló y expuso Lenin, se han desarrollado plenamente y ya dañan su propia existencia. La monopolización brutal de las empresas, la financiarización de la economía, la exportación de capitales y las guerras de conquista atizadas por la necesidad insaciable de recursos naturales, vías de comunicación y mercados, como al que pasa la vida fumando o ingiriendo bebidas alcohólicas en demasía, ya están cobrando su factura en la salud y en la viabilidad del sistema.
Según nos enseña Lenin, el capitalismo en el que predominaba la libre competencia llegó a su límite y empezó a volverse monopolista y, por tanto, financiero, entre los años de 1860 y 1870, y es justamente después de este período cuando se agudiza la lucha entre las grandes potencias por el reparto del mundo. Cabe decir, ahora cuando está en marcha una de las más horrendas y estremecedoras acciones del imperialismo, el genocidio de los palestinos de la Franja de Gaza, que fue precisamente a fines de los años de 1870 y principios de los 1880, cuando empezaron a llegar a Palestina los primeros colonos judíos financiados por los nacientes países imperialistas de Europa.
Ítem más. No puede ser considerada ninguna casualidad que el más reconocido fundador del sionismo, la ya desgastada careta de los imperialistas judíos, Theodor Herzl, en su única visita a Palestina, haya coincidido con la gira que Guillermo II de Alemania hiciera a esas tierras del Medio Oriente. La garra imperialista sionista empezaba ya a tender su sombra siniestra sobre los pacíficos palestinos.
Inconforme con el reparto del mundo al que había llegado tarde como país capitalista, Alemania jugó un papel decisivo en el inicio de la Primera Guerra Mundial. Un conflicto entre imperialistas al que Lenin, el genio y gran humanista, llamó a los trabajadores a rechazar y rehusarse a participar porque no era su guerra sino la de sus amos de las oligarquías europeas. Derrotada y aterrada por el triunfo y la toma del poder de los obreros rusos en octubre de 1917, Alemania se rindió y firmó la paz en un vagón de tren estacionado en Compiegne en noviembre de 1918 y, para junio de 1919, los imperialistas vencedores, principalmente Inglaterra y Francia, mediante el Tratado de Versalles, le impusieron altísimos cobros en dinero y territorios al mismo tiempo que le amarraban las manos para impedir que volviera a armarse.
Pero, como, además de las inmensas pérdidas en vidas humanas y la miseria que se enseñoreó tremendamente en las masas de Europa, los capitalistas que operaban en Alemania vieron dañadas sus ganancias y afectada la posibilidad de su desarrollo imperialista, tornaron a urdir nuevas acciones para expandirse, esta vez, nada menos que al mundo entero. Atacaron a los pseudoizquierdistas de la Socialdemocracia alemana a quienes se les había entregado el gobierno, al mismo tiempo que se les acusaba de la derrota y se empezó a preparar la instauración de un nuevo régimen imperialista que contara con apoyo masivo entusiasta y decidido: el nazismo.
Jamás deberá permitirse que se oculte el papel de la oligarquía europea y norteamericana en el surgimiento, desarrollo, instauración y crímenes contra la humanidad perpetrados por el nazismo. Durante la República de Weimar, bajo la administración de la Socialdemocracia alemana, en 1921, Adolfo Hitler, con pleno conocimiento del gobierno, formó y armó batallones, camisas pardas, que golpeaban y mataban a los luchadores y dirigentes de la clase trabajadora, especialmente a los comunistas. En 1923, este sujeto, encabezó un fallido golpe de Estado, el llamado Putsch de Múnich y fue condenado a purgar cinco años de cárcel; el gobierno burgués de la seudoizquierda alemana, lo soltó a los ocho meses.
Adolfo Hitler intentaría después hacerse del poder participando en las elecciones. Ahora se dice que las masas obsesionadas por la derrota, lo encumbraron, pero se omite cuidadosamente denunciar la arrasadora propaganda que vomitaban los medios de comunicación, se esconde la manipulación brutal como la vemos ahora en nuestro país en la que los gobernantes y miembros de la élite y sus acciones más intrascendentes y sus declaraciones más insulsas y ridículas, aparecen varias veces al día en los lugares de privilegio de los medios de comunicación para el consumo y manipulación de las masas.
Tampoco se dice que en su democrática “campaña de proselitismo”, muy a la usanza de las que todavía nos avasallan, Adolfo Hitler contó con el vigoroso apoyo del capital. Ian Kershaw, en su libro “El mito de Hitler, imagen y realidad en el Tercer Reich”, asegura que en los viajes proselitistas realizados ¡en avión! entre abril y noviembre de 1932, Hitler habló en 148 asambleas de masas; cualquier parecido con gira permanente y tres campañas presidenciales en nuestro país es mera coincidencia.
Ya en el poder, en la preparación de la continuación de la guerra imperialista, Hitler se zurró públicamente en los Tratados de Versalles. Y nadie en el mundo democrático capitalista vio ni olió nada. Firmó con Gran Bretaña un acuerdo naval que implicaba el reconocimiento tácito del rearme alemán, ocupó por la fuerza la zona desmilitarizada del río Rin, apoyó a Benito Mussolini en la campaña italiana contra Etiopía y participó junto a Francisco Franco con la unidad aérea Cóndor, para destruir a la República española, se anexó Austria, ocupó los Sudetes y destruyó Checoslovaquia. Todo, antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial y ante el mundo capitalista entero que miraba complacido.
En 1939, con la invasión de Polonia, comenzó la Segunda Guerra Mundial. Pero el verdadero objetivo de Adolfo Hitler y sus patrocinadores era la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética, la patria de Lenin, el único país del mundo en el que los obreros se habían organizado, tomado el poder e intentaban construir una sociedad más justa y humana y, debe decirse claramente que ya para entonces, bajo la dirección de Iosif Stalin, habían conquistado éxitos clamorosos que eran la admiración de los asalariados del mundo.