Por: Jessica González
Morelia vibra entre lo cotidiano y lo monumental: estudiantes, gaspachos y herencia barroca.
Caminar por las calles del Centro Histórico de Morelia es como protagonizar un paseo romántico con la ciudad misma. En cada esquina se respira historia, pero también vida. Desde los jóvenes sentados en el pasto de las prepas de la UMSNH hasta los enamorados que sellan su amor con un candado en el Callejón del Romance, Morelia se vive tanto con el corazón como con los sentidos.
Morelia fue inscrita como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO el 12 de diciembre de 1991, y no es para menos: con 1,113 edificios catalogados como monumentos arquitectónicos (260 de ellos señalados como relevantes), es la ciudad mexicana con más patrimonio edificado por metro cuadrado. Estos inmuebles se reparten sobre una suave loma de cantera que se extiende por 390 hectáreas, llenas de plazas, patios sin columnas en las esquinas y fachadas adornadas con el barroco moreliano, un estilo único que convierte a la ciudad en un museo al aire libre.
Pero la historia no se queda en los muros. En temporada de Carnaval, las calles se llenan de vida con los Toritos de Petate, una tradición centenaria que nació como una sátira a la fiesta brava y hoy es una expresión artística llena de color, ritmo y comunidad. Comparsas enteras bailan por barrios enteros, entre risas, tambores y figuras elaboradas que mezclan teatro, escultura y danza popular.
Así, Morelia es muchas ciudades a la vez: la de los estudiantes que sueñan entre clase y clase, la de los enamorados que caminan entre cantera y atardeceres, la de los gaspachos y el barroco con historia .A cada paso te acompaña el olor a frutas frescas y chile en polvo de los famosos gaspachos, esa mezcla vibrante y refrescante que ya es símbolo de identidad moreliana. Una ciudad donde el patrimonio no solo se admira, sino que también se habita, se baila y se saborea.