#OpiniónYAnálisis por #PeríclesdeBuenHierro
Perícles de Buen Hierro
La frase atribuida a Henry Ford —“a nadie le importa cómo funcione, mientras funcione”— refleja con precisión la actitud dominante frente a la tecnología: mientras nos facilite la vida, pocos se detienen a cuestionarla. Y en el sector automotriz, esta premisa parece haberse convertido en norma.
El avance tecnológico ha revolucionado diversos sectores de la sociedad, y el automotriz no ha sido la excepción. Hoy somos testigos de cómo se ha mejorado la seguridad, la eficiencia y la experiencia al conducir, gracias al desarrollo de vehículos eléctricos, y la implementación de sistemas de asistencia para la conducción e incluso tecnologías de manejo autónomo.
Uno de los elementos más destacados es la conectividad que incorporan los vehículos actuales. Esta permite integrar sistemas de navegación, entretenimiento y sensores biométricos que habilitan el monitoreo remoto, la geolocalización en tiempo real y la optimización del consumo energético. La conducción autónoma, por su parte, avanza con paso firme, apoyada en redes 5G e inteligencia artificial, con el potencial de revolucionar el transporte mediante la comunicación eficiente entre vehículos e infraestructura.
Los beneficios son evidentes: mayor seguridad, eficiencia energética, reducción de emisiones contaminantes y una experiencia de usuario más cómoda e intuitiva. Además, la industria automotriz ha impulsado la sostenibilidad mediante procesos de producción ecológicos, uso de materiales reciclados y generación de nuevas oportunidades laborales en países como el nuestro.
Sin embargo, en medio de esta revolución tecnológica, surge una pregunta incómoda: ¿realmente entendemos cómo funciona todo esto? Más aún, ¿sabemos qué información personal se está recolectando, ¿cómo se utiliza y con quién se comparte?
Los vehículos inteligentes no solo nos transportan; también nos observan. Recogen datos sobre nuestros trayectos, hábitos de conducción, lugares visitados, velocidad, frenado e incluso señales de fatiga.
Algunas marcas, como Kia, asignan puntuaciones a los conductores con base en esta información. Y estos datos no se quedan en el vehículo: en muchos casos, son compartidos con terceros, como aseguradoras, que los utilizan para ajustar primas y evaluar riesgos. Un ejemplo claro es el uso de informes como los de LexisNexis, que permiten a las compañías tomar decisiones más precisas sobre pólizas y conductores, basándose en patrones de comportamiento.
Aunque existen fabricantes como Peugeot que ofrecen un “modo privado” para limitar el uso de estos datos, la mayoría de los usuarios desconoce si su información está siendo compartida, y mucho menos si ha dado su consentimiento explícito para ello.
La comodidad al volante no debería convertirse en la excusa para ceder nuestra privacidad. Como propietarios y usuarios de vehículos, tenemos el derecho —y la responsabilidad— de cuestionar qué tecnología incorpora nuestro auto, qué datos recopila y cómo se gestionan. La transparencia y el control sobre nuestra información deben ser parte integral de esta nueva era automotriz.
Porque sí, puede que a nadie le importe cómo funciona… mientras funcione. Pero cuando lo que está en juego es nuestra privacidad, más vale que empecemos a preguntar.