Una proyección especial en el Palacio de Bellas Artes sirvió para que el director y el guionista dejaran atrás dos décadas de distanciamiento, recuperando una amistad marcada por el cine.
El icónico Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México fue escenario de un momento histórico: la proyección conmemorativa de Amores Perros, a 25 años de su estreno, en la cual el cineasta Alejandro González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga anunciaron públicamente su reconciliación tras más de veinte años sin comunicación. El clima de la velada, cargado de emoción, incluyó discursos, reconocimientos al pasado compartido y un abrazo fraternal que cerró ciclo.
En su intervención, Iñárritu recordó esa ruptura “dolorosa” surgida de desencuentros creativos, diferencias de visión y la influencia de terceros, que sepultó una relación artística que había sido fundamental para el cine mexicano contemporáneo. Señaló que el aniversario de la película fue la ocasión adecuada para “dejar atrás las diferencias” y rescatar el afecto mutuo que según él jamás se perdió, pese al silencio de años.
Por su parte, Arriaga subió al escenario no sólo para aceptar el gesto de reconciliación, sino para compartir sus propios sentimientos: admitió que aun en las heridas más profundas hay lugar para la conciliación, y expresó que este momento de reencuentro era poderoso por lo que representa, no sólo para ellos, sino en tiempos marcados por la polarización y la división. Lo calificó como una restitución de la hermandad que siempre los unió.
La película que los reunió, estrenada en el año 2000, sigue siendo considerada un punto de inflexión en el cine nacional: tres historias entrelazadas por un accidente automovilístico que exponen la desigualdad, el dolor, la traición, el amor y la esperanza, todo con crudeza y realismo. Fue también una obra que marcó el punto de partida de colaboraciones posteriores como 21 gramos y Babel.
La ceremonia fue organizada bajo los auspicios de instituciones culturales como el Instituto Mexicano de Cinematografía y el Instituto Nacional de Bellas Artes, y contó además con la presencia de invitados del mundo cinematográfico, público puesto en pie y un cierre musical a cargo del compositor de la banda sonora original. En resumen, aquella noche no solo celebró el legado fílmico de Amores Perros, sino que se transformó en el escenario ideal para sanar viejas fracturas y reafirmar la fuerza del cine como puente entre creadores.
