En Temascalcingo, El Oro, Jocotitlán , y Atlacomulco, cientos de habitantes participaron en representaciones del viacrucis marcadas por la fé, el realismo escénico y la unión comunitaria. Calles convertidas en Jerusalén, actores entregados y espectadores conmovidos dieron forma a una de las celebraciones más sentidas del año.
Por: Berenice León
En el norte del Estado de México, la Semana Santa volvió a convertirse en un acto colectivo de fé y memoria. A lo largo del Viernes Santo, cientos de personas asistieron a las representaciones del viacrucis en Temascalcingo, Jocotitlán, El Oro y Atlacomulco, donde el fervor religioso se mezcló con la teatralidad popular para recrear los últimos momentos de Jesús. Las calles, plazas y atrios se transformaron en escenarios al aire libre, en una tradición que resiste al paso del tiempo.
Las representaciones de la Pasión de Cristo en esta región mexiquense son organizadas año con año por parroquias, comités ciudadanos y decenas de voluntarios.
Más que un simple evento, se trata de un ritual colectivo que implica semanas de preparación: ensayos diarios, diseño de escenografías, elaboración de vestuarios y una entrega emocional por parte de quienes participan.
Además de su dimensión religiosa, estas actividades también tienen un impacto social y cultural, pues atraen a visitantes de municipios vecinos, movilizan comunidades enteras y refuerzan el tejido comunitario, especialmente entre jóvenes y familias.
En Temascalcingo, el viacrucis recorrió las principales calles del centro, con estaciones frente al templo y sobre la avenida principal. En El Oro, la plaza central y el teatro al aire libre sirvieron como escenarios para el juicio ante Pilatos y la crucifixión. Mientras tanto, en Atlacomulco, el recorrido culminó con una representación cargada de dramatismo frente a la iglesia del centro.
El realismo de las escenas, la actuación comprometida de los participantes y la respuesta emotiva del público convirtieron estos actos en un testimonio vivo de la fé popular.
Más allá del acto religioso, el viacrucis representa un símbolo de identidad colectiva.
En cada personaje, cada oración y cada aplauso se guarda una parte de la historia y el sentir de estas comunidades.
Frente a la modernidad y el cambio constante, estas representaciones siguen firmes como un puente entre generaciones, donde la fé, la tradición y el arte comunitario se encuentran.