Alicientes de esta semana en el cine: ver a Tom Hanks –un actor consentido– y la opción de asomarse a una película holandesa. Hanks está en Un holograma para el Rey (A hologram for the King), de Tom Tykwer, melodrama acerca de Alan Clay (Hanks), un vendedor corporativo que intenta levantarse de un fracaso profesional, igual que reencontrarse a sí mismo.
La ocasión surge ante la posibilidad de venderle una sofisticada tecnología al monarca de Arabia Saudita, hasta donde el tipo viaja para hacer la presentación definitiva. Ahí va a encontrar más de lo que busca, y de carácter más esencial.
Un holograma para el Rey no es una buena película, pero funciona gracias a Hanks –siempre capaz de “leer” con precisión los matices requeridos para cada proyecto– y gracias al evidente compromiso con su material del director Tykwer (aquel de Corre Lola, corre), proveniente de la popular novela de Dave Eggers.
Pero sucede que todo el contexto –la colisión provocada por el gap cultural de un estadounidense en geografía musulmana– se trivializa por un tratamiento comédico que no le hace justicia ni al visitante, ni al país que lo recibe, y menos aún al genuino impacto del shock ante esas diferencias, que son mayores (¡claro!) a la mera falta de aire acondicionado y de una mejor señal de internet.
A partir de esto cuesta mucho trabajo tomar en serio lo que vemos, siendo que el film no se atreve a virar hacia la franca comedia situacional, aunque coquetea con ella. De todas formas –sin mayor relevancia que la de ser una opción “grata”– ahí está Un holograma para el Rey, con la hindú-inglesa Sarita Choudhury acompañando esta vez a Hanks. No más.
Y vamos ahora a la cinta holandesa, Príncipe (Prins), de Sam de Jong, que es una muy agradable sorpresa. De inicio, decir que obtuvo, en el Festival de Cine de los Países Bajos 2015, cuatro preseas: a mejores film, guion, edición y música. Tiene que ver con ser chavo y tener nada, con pertenecer a una familia rota y, sí, con estar genuinamente enamorado de la niña del barrio que justo sale con el tipo más gandalla posible.
Esa es la situación de Ayoub (Ayoub Elasri), quien intuitivamente entiende que en esencia hay dos caminos: lamentarse sin hacer nada o poner manos a la obra para revertir el estado de las cosas. Ayoub decide lo segundo, en medio de la preocupación por su padre adicto e indigente; de la preocupación, también, por la soledad sentimental de su madre, y finalmente, de sus celos por el incipiente “noviazgo” de su media hermana.
Todo esto en los suburbios de una Amsterdam nada atractiva ni hospitalaria. Príncipe es varias cosas al mismo tiempo: ocurrente y creativa, graciosa (pero sin extraviar su drama), reveladora y concreta, poblada por personajes genuinamente interesantes que –todos, algo más, algo menos– viven al límite. Sin duda, el director de Jong entendió a cabalidad el film que debe hacerse cuando se tiene una fauna así, con una edad así, en un lugar así y que transpira bajo circunstancias así: uno muy visual, de mucha energía y con cero clichés. Príncipe es pues una inesperada pero significativa opción, especialmente para esos cinéfilos en eterna búsqueda de algo diferente, menos predecible y más arriesgado.
Y concluyo el espacio de hoy “anticipando” otra sorpresilla, que ya se adivina en el horizonte. Me refiero a algo llamado Sushi a la mexicana (East side sushi), cinta norteamericana de Anthony Lucero que ha merecido buenas críticas y diversos premios en algunos festivales. ¿De qué trata? De eso que sucede cuando –en EEUU, but of course– una mexicana luchona (actuada por Diana Elizabeth Torres, muy linda) quiere progresar.
Lo traduzco: quiere dejar el comercio de verduras, para sumar sus habilidades culinarias a algún establecimiento de sushi. Pero no la dejan, porque los mexicanos sólo saben hacer tacoous, ¿qué no? (Pos’ aparentemente no).